Relato de Navidad: A los “padres huérfanos”.
Marta Pérez Martín en la navidad de 2006 escribía las últimas palabras de su vida y relataba textualmente: “La vida da tantas, tantas vueltas que cada detalle cobra un valor inconmensurable cuando menos lo esperamos. El hombre pasa la vida en busca de sentido… Gracias por ser el mejor padre del mundo, tu hija…”. Su libro titulado una piedra roja, una piedra azul, una piedra amarilla forma parte de la mesilla de mi cama desde hace más de un año.
María de Los Ángeles era una jovencita que nació con una parálisis de prácticamente todo su cuerpo, pero su estado mental estaba intacto, aunque le costaba hablar, todo ello cuando ambos teníamos 12 años. Yo era el único amigo que tenía por la amistad de mis padres con los suyos. Conseguí por aquellas fechas hacerla reír, jugábamos y le gustaba hablar conmigo. Pasé muchas tardes con ella. Lo último que recuerdo de ella fue que la noche que mi madre fue corriendo a su casa. La mañana siguiente me contó que estuvo con ella al lado de la cama y la vio morir, pero dice que parecía que se había dormido como un angelito.
Eva era una compañera de adolescencia que también por un compañero de mi padre nos unió la amistad. Era morena con el cabello rizado y ojos claros. Muy guapa y es que en esas edades (16 años), es cuando nacen los “amores platónicos”. Desviábamos los caminos al colegio para poder vernos, aunque a veces sólo nos mirábamos de lejos. Nunca me atreví a confesarle que me gustaba. Dicen que a veces puede más la timidez y fue el caso, aunque no tengo ninguna duda de que ella lo sabía. Los caminos de la vida nos desviaron, pero siempre fuimos buenos amigos, porque esas “cosillas” de la adolescencia que marcan la mente. Eva era huérfana de padre desde muy pequeña y era el único tesoro que tenía su madre. Ella hizo enfermería mientras yo estudiaba Medicina. La última vez que nos vimos fue en la calle casualmente un día que ella venía de trabajar. Un accidente de tráfico y sus complicaciones en unos días acabaron con su vida. Mi tristeza no sólo era por mis recuerdos y amistad hacia ella sino a su madre, porque ese día perdió el bien más preciado que tiene una madre: Su propia hija.
Marta, Maria de los Ángeles y Eva eran jóvenes que ya no están con nosotros, pero sí sus padres.
Mi último relato de este año se lo quiero dedicar a TODOS los padres que por cualquier causa han perdido a alguno de sus hijos en esta corta vida. Parece que la ley de la naturaleza dicta que somos los hijos los que tenemos que ver morir a nuestros padres, pero a veces esa ley de la vida no se cumple. Me despido un poco triste de 2008, pero os espero en 2009 y si os gusta la lectura y reflexionar podéis compraros el libro de ViKtor E. Frankl titulado “El hombre en busca de sentido”.
Lo bonito de estos relatos es que gracias a “La voz de Miróbriga” puedo transmitiros realidades y sentimientos de la vida.
Por cierto, queridos lectores, mientras escribía el relato he visto pasar por la claraboya a las primeras cigüeñas.
No me despido del año, porque no me gustan las despedidas.
Marta Pérez Martín en la navidad de 2006 escribía las últimas palabras de su vida y relataba textualmente: “La vida da tantas, tantas vueltas que cada detalle cobra un valor inconmensurable cuando menos lo esperamos. El hombre pasa la vida en busca de sentido… Gracias por ser el mejor padre del mundo, tu hija…”. Su libro titulado una piedra roja, una piedra azul, una piedra amarilla forma parte de la mesilla de mi cama desde hace más de un año.
María de Los Ángeles era una jovencita que nació con una parálisis de prácticamente todo su cuerpo, pero su estado mental estaba intacto, aunque le costaba hablar, todo ello cuando ambos teníamos 12 años. Yo era el único amigo que tenía por la amistad de mis padres con los suyos. Conseguí por aquellas fechas hacerla reír, jugábamos y le gustaba hablar conmigo. Pasé muchas tardes con ella. Lo último que recuerdo de ella fue que la noche que mi madre fue corriendo a su casa. La mañana siguiente me contó que estuvo con ella al lado de la cama y la vio morir, pero dice que parecía que se había dormido como un angelito.
Eva era una compañera de adolescencia que también por un compañero de mi padre nos unió la amistad. Era morena con el cabello rizado y ojos claros. Muy guapa y es que en esas edades (16 años), es cuando nacen los “amores platónicos”. Desviábamos los caminos al colegio para poder vernos, aunque a veces sólo nos mirábamos de lejos. Nunca me atreví a confesarle que me gustaba. Dicen que a veces puede más la timidez y fue el caso, aunque no tengo ninguna duda de que ella lo sabía. Los caminos de la vida nos desviaron, pero siempre fuimos buenos amigos, porque esas “cosillas” de la adolescencia que marcan la mente. Eva era huérfana de padre desde muy pequeña y era el único tesoro que tenía su madre. Ella hizo enfermería mientras yo estudiaba Medicina. La última vez que nos vimos fue en la calle casualmente un día que ella venía de trabajar. Un accidente de tráfico y sus complicaciones en unos días acabaron con su vida. Mi tristeza no sólo era por mis recuerdos y amistad hacia ella sino a su madre, porque ese día perdió el bien más preciado que tiene una madre: Su propia hija.
Marta, Maria de los Ángeles y Eva eran jóvenes que ya no están con nosotros, pero sí sus padres.
Mi último relato de este año se lo quiero dedicar a TODOS los padres que por cualquier causa han perdido a alguno de sus hijos en esta corta vida. Parece que la ley de la naturaleza dicta que somos los hijos los que tenemos que ver morir a nuestros padres, pero a veces esa ley de la vida no se cumple. Me despido un poco triste de 2008, pero os espero en 2009 y si os gusta la lectura y reflexionar podéis compraros el libro de ViKtor E. Frankl titulado “El hombre en busca de sentido”.
Lo bonito de estos relatos es que gracias a “La voz de Miróbriga” puedo transmitiros realidades y sentimientos de la vida.
Por cierto, queridos lectores, mientras escribía el relato he visto pasar por la claraboya a las primeras cigüeñas.
No me despido del año, porque no me gustan las despedidas.
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